La antigua casona de los Castro, el bravo mar del norte, una vegetación exuberante dominada por numerosos y magníficos ejemplares de palmeras -Phoenix Canariensis-, laureles de indias, dragos y distintas especies endémicas, nacientes de agua, rincones y miradores de gran belleza y la facilidad del recorrido, convierten a la rambla de Castro en un enclave que no puedes dejar de conocer.
Camino entre un hermoso vergel y sorpresas arquitectónicas
La ruta por este espacio protegido, que dejó boquiabiertos en el siglo XIX a conocidos naturalistas europeos, arranca en El Mirador de San Pedro y su extensión, en un recorrido circular, dependerá de lo que estés dispuesto a proponerte, pues se bifurca en distintos puntos. Indispensable parada en el camino es la coqueta Ermita de San Pedro, la Hacienda o Casona de los Castro, del siglo XVI, rodeada de un halo mágico en su actual abandono, el Fortín de San Fernando con un magnífico mirador -si bien su acceso está pendiente de reapertura- y -con un acceso algo más arriesgado-, la Casa de la Gordejuela, que albergó en 1903 la primera máquina de vapor instalada en Tenerife para elevar el agua hasta los cultivos de plataneras. En el cruce de la Fajana podrás retornar hacia el Mirador, eso si no te animas a bajar hasta esta playa o continuar hasta la de Los Roques.
Para llegar hasta el Mirador de San Pedro, punto de partida, toma la salida del kilómetro 41 de la Autopista del Norte TF-5 tras atravesar el túnel del barrio de San Vicente, está bien indicado y no tendrás problema para aparcar. La ruta no presenta dificultades, salvo que te adentres por senderos opcionales, en los que puede haber cierta complicación. Está señalizada y hay paneles explicativos en algunos puntos. Si vas con niños, siempre puedes optar por adaptar la extensión del trayecto, de manera que puedan acompañarte en este recorrido.